Cada vez que algún aldeano caminaba por las inmediaciones de la colina, se escuchaba la voz de alguien que gritaba desde lo alto del montículo: "¡Qué viene el lobo!". Aunque eso mantuvo a los curiosos alejados de aquella zona durante años, con el paso del tiempo, aquellos chillidos terminaron por no asustar a nadie.
Un día, la voz sonó más fuerte, estridente y terrible que nunca: "¡El lobo ya está aquí!". La voz gritó y gritó, hasta desgañitarse. Esta vez todos los aldeanos corrieron aterrados a encerrarse en sus casas. Pero con el paso de los días, las semanas y los meses, nadie había visto ni rastro del lobo; aunque de vez en cuando se escuchaban los gritos de alerta que llegaban desde el otro lado del pequeño valle: "¡No salgáis de casa!, ¡el lobo todavía ronda por aquí!".
Un día, alguien se atrevió a salir de su choza, y cruzó la aldea. Caminó y trepó pendiente arriba por el montículo, hasta llegar a su parte más alta. Lo que allí descubrió lo contó a todo el mundo en cuanto regresó al poblado.
Ahora todos saben la verdad, el lobo existe. Es un viejo lobo, triste y decrépito, que se aferra desesperadamente a su puesto por miedo a que lo destierren.
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