viernes, 24 de mayo de 2013

Mi amante gorgona


"¡Apenas veo tu cara!", le dije a la que por aquel entonces era mi amante. Estábamos ambos tumbados en la cama, casi en completa oscuridad, sólo la tenue y diminuta llama de una vela se resistía a que la oscuridad lo invadiera todo. Yo acababa de ponerme sobre ella: "¡Apenas veo tu cara!", dije, "¿Tú ves la mía?" En ese momento su rostro se iluminó, y mi sangre se heló de horror: sus ojos ahora amarillos y refulgentes me miraban fijamente, su boca enorme y entreabierta sonreía mostrando dos hileras de dientes puntiagudos, su frente estaba marcada con profundos surcos y fruncía el ceño, y sobre su cabeza una maraña de serpientes se retorcían con avidez.


"¡No puede ser real! ¡Esto debe ser una alucinación!", pensé estremecido. Sabía que ella estaba esperando un beso, pero sentía pavor y repulsión. Pero me armé de valor y la abracé mientras la besaba. La temible visión cesó inmediatamente.

Unos pocos días después, estando ambos en su casa de campo, durante una conversación aparentemente casual, me habló de un chico con el que había estado emparejada hacía unos años. Como ella misma me relató, estaba metido en una secta gnóstica donde "le habían lavado el cerebro". Me contó entre sonrisas irónicas que aquel muchacho cortó con la relación porque en aquella secta le habían convencido de que ella era una gorgona de los "mundos inferiores".

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